Por Jéssica Rojas Gahona, Seremi de Salud de Atacama
Cada septiembre, cuando llega la primavera, florece también una alerta silenciosa: el aumento de conductas suicidas. No es casual. La soledad y el aislamiento se intensifican en estas fechas y se convierten en un riesgo real para la vida. Así lo advirtió recientemente la Comisión de la OMS sobre Conexión Social, que este año impulsa el Día Mundial de la Prevención del Suicidio bajo el lema “Conversar nos cuida”.
No hablamos solo de malestares emocionales. La soledad mata. Se estima que a nivel global está detrás de 871.000 muertes anuales. Y nuestra región no está ajena: en Atacama la tasa de suicidios llegó a 14 por cada 100 mil habitantes en 2024, una de las cifras más altas del país.
Frente a esto, la conexión social aparece como una de las herramientas más poderosas de protección. Cuando nos sentimos parte de una comunidad, cuando alguien nos escucha o nos tiende la mano, disminuye el riesgo. En adolescentes, los lazos familiares y escolares reducen la ideación suicida; en adultos y mayores, el contacto humano ayuda a combatir la sensación de vacío y fortalece la resiliencia.
La evidencia es dura: bastan unas pocas horas sin interacción social para intensificar pensamientos suicidas. Y quienes viven aislados no solo están más expuestos al riesgo, sino que también experimentan menos emociones positivas, lo que perpetúa ese círculo de soledad.
¿Qué hacer, entonces? Hay medidas simples, pero poderosas. Con niñas y niños, jugar, conversar y compartir más allá de las pantallas. Con jóvenes, abrir espacios seguros de participación en la escuela, la universidad o la comunidad. Con mayores, invitarlos a actividades familiares y comunitarias, pero también acercarlos a la tecnología para mantener vínculos. Y en los trabajos, generar ambientes de encuentro y apoyo mutuo.
El suicidio no es solo un tema de salud, es un tema social. Promover la conexión social es promover vida. Conversar, escuchar y acompañar puede marcar la diferencia. No se trata de grandes discursos, sino de gestos cotidianos: una llamada, una visita, un espacio de escucha.
Prevenir el suicidio es una tarea colectiva. Nos convoca a todos y todas. Y como región, tenemos el deber de no mirar hacia el lado. Porque detrás de cada cifra hay una historia que pudo cambiar si alguien hubiese estado ahí para tender la mano.